sábado, 15 de octubre de 2016

felicidad. Y otras cortinas disponibles



Un estudio reciente liga, sin espacio para casualidades, el apoyo económico de una multinacional de refrescos a fundaciones relacionadas con la salud infantil, con la ambigua postura de éstas respecto al papel del azúcar en la obesidad. En 2013, un estudio liderado por investigadores españoles comprobó que la inmensa mayoría de los estudios científicos financiados por compañías de la industria alimentaria, incluida Coca-Cola, aseguraban que no había pruebas suficientes de que los refrescos azucarados causen obesidad.” –se lee.
Como sabe cualquiera, hay más felicidad en engordar que en adelgazar. Y en eso su publicidad no miente. Tampoco en el nexo que une el destino de un niño a los hábitos paternos, a su condescendencia o su pulcritud. Y tampoco hay que dudar de que el dinero obtenido a base de perjudicar la salud de millones de niños indefensos puede, bien empleado, servir para luchar contra la epidemia opuesta: la desnutrición.
El punto medio entre la contribución al problema y el apoyo a la solución está en que, sin la presión médica para combatir la obesidad, el dinero destinado a luchar contra el maltrato infantil probablemente se destinaría a formas de marketing menos pudorosas porque en política, o en gran empresa, no hay sistema complejo sin impuesto revolucionario. Miles de anuncios después de su invención, qué imagen más gráfica que la chispa de la vida para ilustrar la bomba médica puesta en marcha sin nadie que la pare a estas alturas.

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