sábado, 14 de septiembre de 2013

puedes contar que es venenoso




Si faltaba prueba alguna de que la mejor carne que pone en el asador una multinacional de la comida rápida es la que pugna en sus relaciones públicas y sus despachos de abogados, un juez acaba de certificarlo. Por si no fuera ya terrible saber que no necesitas comer una sola de sus hamburguesas para intuirlo, la constatación tiene el valor exacto de las acusaciones de Jaime Olivier –“las partes grasosas de la carne se “lavan” con hidróxido de amoníaco y luego se usan en la confección de la ‘torta’ de carne para rellenar la hamburguesa. Antes de este proceso ya esa carne no es apta para consumo humano. Estamos hablando de carnes que hubieran sido vendidas como alimento para perros y después de este proceso se les sirve a seres humanos. Aparte de la calidad de la carne, el hidróxido de amonio es dañino para la salud”. Cualquiera puede ver en youtube a Oliver explicando cómo se hacen los nuggets de pollo: “Después de seleccionar las ‘mejores partes’, el resto: grasa, pellejos, cartílagos, vísceras, huesos, cabeza, patas, son sometidos a un licuado –separación mecánica- es el eufemismo que usan los ingenieros en alimentos. Después esa pasta, rosada por la sangre, es desodorada, decolorada, reodorizada y repintada, capeadas en melcocha farinácea y frita, esto es rehervido en aceites generalmente parcialmente hidrogenados, esto es, tóxicos.” Como frecuentemente sus vecinos de fraude e ingredientes tóxicos -la banca-, la publicidad de mc donalds es un emplasto de confianza y buenos momentos. Y va a seguir siéndolo una vez que sus departamentos de calidad hallen el sustituto de la carne que un juez acaba de dictaminar delictiva. Olivier podría pasar la vida revelando el fraude y aún así padres e hijos seguirán entrando en sus establecimientos a fingir que lo que se les sirve no puede ser tan malo si tanta gente lo come y, sobre todo, si una marca tan presente en todo el mundo lo hace sin que se le lleve a los tribunales. Para quien no se hace estas preguntas, siempre queda la última certeza: nadie que haga anuncios tan evidentemente confortables puede esconder algo malo. Su publicidad es, como prueba la sentencia, igualmente delictiva. Si nadie protesta es porque ésta es aún más barata, aún más fácil de tragar que lo que anuncia. Al igual que el desecho venenoso, impunemente empaquetado como comida durante décadas en sus establecimientos, ésta también se digiere en el cerebro, que como sabe cualquiera que vea televisión, adora la basura mucho más de lo que pueda apreciar a Olivier. 

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