miércoles, 11 de septiembre de 2013

por la puerta de atrás


Con la misma indiferencia con la que una candidatura olímpica aspira a organizar una competición que gusta de enunciar que lo importante es participar sin que eso rija en su conducta política, una marca de coches imprimía hace unos días un anuncio que arriba honra el esfuerzo en la derrota enésima, y abajo, firma categóricamente que o lo mejor o nada. No hay dos líneas de salida iguales, y por eso Tokio es mejor candidatura, y no hay dos metas que se parezcan, y por eso a nadie debería extrañar que la candidatura española sea rechazada ante la certeza de que su concesión habría servido para asombrar al mundo con esa competición de relevos en la que España descolla: la que va de la corrupción empresarial a la financiación ilegal de los partidos, la que de la ostentación a la impunidad, la que del fraude fiscal al mínimo civismo. No es necesario advertir el patetismo con el que se intenta camuflar la ignorancia de un lenguaje –el inglés- que el alcalde de una capital europea debería dominar por mero amor propio para entender que el espíritu olímpico, o su símbolo, la multiculturalidad, que se pretende representar es una farsa más de la política nacional. Las elecciones, como la aplicación frecuente de la labor de oposición desde ese mismo partido, se ganan en nuestro país mediante el dopaje más descarado: el de la interferencia de sustancias mafiosas –los casinos proyectados en alcorcón-, reaccionarias –la iglesia local-, o directamente delictivas –la trama que hilvana el soborno empresarial con la financiación explícita del partido político que ostenta el poder. No es lo mismo necesitar unos juegos olímpicos que merecerlos. Si no se logran es porque por cada presentación cada cuatro años que aspira a lo primero, hay una diaria que pugna lo segundo. Qué si no medallas al sinsentido permanente cuelgan de nuestros representantes institucionales donde van. 

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