Borges, que fue redactor publicitario, quizá
habría prestado con gusto el título de uno de sus libros –la historia universal
de la infamia- para nombrar también un recorrido por la publicidad política a
ambos lados del Atlántico. Mientras alguien lo escribe, se escriben películas
que ilustran fragmentos de ese libro. La historia del plebiscito que dio lugar
a las primeras elecciones libres tras la dictadura de pinochet en Chile cuenta,
en NO, la batalla librada por la respectiva publicidad de ambos bandos por mentir
con prestancia en un lado, y fabular con cargo a la imaginería de videoclip clásica
de los 80, en el otro. La película vuelca la narración en el lado demócrata,
pero, quizá para compensar, introduce en el discurso del creativo responsable
similar farsa a la que alimentara el otro lado en su campaña. Hurtada toda
explicación sobre principios generales que no sean tópicos o maniobras
meramente efectistas propias de la publicidad de aquellos y estos tiempos –y
que uno de los políticos pone en su lugar exacto al tildarla de mediocridad obscena-,
el quehacer del responsable de la campaña moralmente superiora –la que
defendiera el no a pinochet- es ramplón en su argumentarlo pero ganadora en las
urnas. Incluso el eslogan elegido –la alegría viene- suena a patetismo de la
publicidad que no distingue el tono de un refresco del de la campaña por el
gobierno de un país que carga con décadas de crimen impune. “Lo que van a ver está dentro del actual
contexto social. Nosotros creemos que el país está preparado para una
comunicación de esta naturaleza. Seamos honestos: en estos momentos, Chile
piensa en su futuro” –repite como un papagayo el responsable de la campaña
cada vez que presenta cualquier trabajo ante cualquier cliente. Las dos veces
que no muestra a continuación un anuncio político, muestra un trabajo infame
por pueril. Es dudoso si con eso, la película aspira a contar que la
creatividad vencedora en ese plebiscito, del que hoy se cumplen 25 años, fue un
milagro más, si la idea es ponerse del lado de quienes, en la película, cuestionan
el tono de la publicidad ganadora por justo eso: más insultantemente pueril y
banal cuanto más obvio el drama cuya defensa representan. Como en tantas
ocasiones en las que la gente acaba comprando un producto no gracias a su
publicidad sino a pesar de ella, la película de Pablo Larraín abarca también esa
secuela: No sé.
sábado, 5 de octubre de 2013
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