sábado, 5 de octubre de 2013

monosílabo, empieza por n, define a la agencia

 

Borges, que fue redactor publicitario, quizá habría prestado con gusto el título de uno de sus libros –la historia universal de la infamia- para nombrar también un recorrido por la publicidad política a ambos lados del Atlántico. Mientras alguien lo escribe, se escriben películas que ilustran fragmentos de ese libro. La historia del plebiscito que dio lugar a las primeras elecciones libres tras la dictadura de pinochet en Chile cuenta, en NO, la batalla librada por la respectiva publicidad de ambos bandos por mentir con prestancia en un lado, y fabular con cargo a la imaginería de videoclip clásica de los 80, en el otro. La película vuelca la narración en el lado demócrata, pero, quizá para compensar, introduce en el discurso del creativo responsable similar farsa a la que alimentara el otro lado en su campaña. Hurtada toda explicación sobre principios generales que no sean tópicos o maniobras meramente efectistas propias de la publicidad de aquellos y estos tiempos –y que uno de los políticos pone en su lugar exacto al tildarla de mediocridad obscena-, el quehacer del responsable de la campaña moralmente superiora –la que defendiera el no a pinochet- es ramplón en su argumentarlo pero ganadora en las urnas. Incluso el eslogan elegido –la alegría viene- suena a patetismo de la publicidad que no distingue el tono de un refresco del de la campaña por el gobierno de un país que carga con décadas de crimen impune. “Lo que van a ver está dentro del actual contexto social. Nosotros creemos que el país está preparado para una comunicación de esta naturaleza. Seamos honestos: en estos momentos, Chile piensa en su futuro” –repite como un papagayo el responsable de la campaña cada vez que presenta cualquier trabajo ante cualquier cliente. Las dos veces que no muestra a continuación un anuncio político, muestra un trabajo infame por pueril. Es dudoso si con eso, la película aspira a contar que la creatividad vencedora en ese plebiscito, del que hoy se cumplen 25 años, fue un milagro más, si la idea es ponerse del lado de quienes, en la película, cuestionan el tono de la publicidad ganadora por justo eso: más insultantemente pueril y banal cuanto más obvio el drama cuya defensa representan. Como en tantas ocasiones en las que la gente acaba comprando un producto no gracias a su publicidad sino a pesar de ella, la película de Pablo Larraín abarca también esa secuela: No sé. 

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