Un seguro de vida es uno de esos productos delicados que, como el
paraguas, uno prefiere tener a usar. Por eso recurrir al precio como argumento
es acaso una de las aproximaciones sensatas –ya que no vas a usarlo en vida,
qué menos que pagar poco por él. Quizá en ello, tal y como cuenta una entrada
de este blog hace poco, desde ese sector se considere sospechoso lo que se
antoja sensato. Eso explicaría porqué lo que realmente se desea contar –cuantocuestamiseguro.com-
se relega al interior, y casi se esconde hasta que no queda más remedio que
imprimirlo en grande, antes de que se acabe el encarte. Poco comparado con esa
interpretación magnífica del beneficio de un producto cuya razón de ser es
recordarte que morirás: “saber que tras
un domingo tienes asegurados muchos otros”. Sí, habla del futuro de tus
hijos, no del tuyo. Por eso la niña. Solo que el titular va dirigido a ella, no
a su padre, quien más claramente entendería lo contrario. ¿O no? Es todo aún más
divertido si realmente se dirige al padre. Tan confortable la niña que sonríe,
tan amable el tono, tan previsibles las frases, tan tópicas las imágenes, tan
visible ser sobreportada del suplemento de un periódico. La satisfacción del
usuario ha de ser nada comparado con la del departamento de mk del anunciante.
martes, 1 de octubre de 2013
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