martes, 27 de octubre de 2015

delicadeza del hooligan



Entre la ternura y la desfachatez, la publicidad política de nuestro país afronta el mundo con una candidez impropia de empresas ampliamente consolidadas en el oficio de reducir la realidad a un cuento manejable. Maravilla la torpeza, la vulnerabilidad a un formato –el de la brevedad, el de la reducción del contenido a lo que quepa en un minuto- que, unos centímetros más allá, constituye la razón misma de su supervivencia a un mundo que muestra a cada instante la mezquindad de sus maniobras, y sin embargo, no logra lo que la lógica más burda debiera garantizar: su ocaso inmediato, la vergüenza pública, el enjuiciamiento de por vida. Como casi todos los actores políticos en estos lares, el pp balbucea en lo publicitario lo que impunemente miente en su tarea diaria frente a los medios, el público y quien se le ponga delante.
Incluso por sabida que sea su absoluta desconexión con la realidad, sorprende que su publicidad parezca, campaña tras campaña, como si hecha desde el partido de enfrente. El sentido del ridículo es un rasgo poco español, y en esto no son seguramente mejores que nadie. Asi que acaso el fracaso en el manejo del simbolismo más elemental se explica en que la misma definición del símbolo –un signo que representa otro- ha de parecer herramienta demasiado sofisticada en un sector en el que la práctica habitual es un signo absurdo que niega el evidente, el que cualquiera puede ver.
La indiferencia, la mirada acostumbrada a la ramplonería política sería una respuesta aceptable de no ser porque la que contempla el anuncio va del patetismo a la estupidez automáticamente asumida en quien se muestra en público de semejante manera. Que justo eso gobierna ese partido es evidente para cualquiera que lea a diario sus declaraciones, asi que ha de ser que el esfuerzo por autoridiculizarse no tiene que ver con la mirada no adepta, sino con complacer a quien, viniendo de leer abc o la razón, ha de ver en la metáfora hospitalaria el evangelio probado de la virtud con que un asesino salva del sufrimiento a sus víctimas al tiempo que las mata. Médicos zurdos –les falta decir- nos matarán si les dejamos.

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