domingo, 11 de octubre de 2015

el pastor extraviado


La naturaleza de un anuncio suele resumirse en considerar todo lo que no sea obvio como vano. Y en eso esto que imprime hoy El País es una curiosa forma de ir en otra dirección. Que extrañamente parece consistir en ignorar los malos hábitos con que se juzga desde un anunciante la comunicación, para, solo entonces, ignorar también los buenos. Una vez que uno localiza la web del patrocinador en el anuncio y descubre a qué se dedica, queda claro que las ovejas están ahí para ilustrar la lana de sus jerseys. El sentido más hondo de la nieve o del perro quedan quizá para otro anuncio. Como la cita que lo acompaña, que, sondeada en la web su sentido textil, transmuta en una de Dostoyevsky con una lógica más inmediata, que da paso a una de Sócrates acerca del valor del conocimiento. Si uno no indaga en pestañas más explícitas, la impresión primera, y errónea, es la de hallarse en una habitación decorada con páginas de un libro de citas famosas. Entre esas pestañas está la de un teatro, auspiciado por la marca. Fiado a la web, el humanismo perméa los contenidos y el credo de sus dueños. Y lo que es inusualmente admirable desde la empresa se vuelve enigma desde ese resumen afinado que es, o debiera ser, su comunicación. Si la naturaleza no hace nada en vano, la publicidad sí, a todas horas, allí donde uno mira. Por eso queda raro en quien se adhiere a un discurso basado en el buen criterio, en el pleno sentido de lo que nos rodea, que su anuncio elija enhebrar con hilo tan torpe partes tan bellas como las que aglutina en espacios menos angostos. El batiburrillo es parte esencial de la capacidad humana, pagar lo que cuesta una página a color en un dominical para exhibirlo es un lujo más. Como lo que inadvertidamente cuenta la imagen, salir del rebaño debiera, cuando menos, servir para ir a un sitio mejor.  

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