lunes, 18 de octubre de 2021

Desnudo y desarmado el ejército contrario


Como a veces un paisaje nuevo al asomar tras la restauración de un lienzo, el verbo “consumir” aflora tras el verbo “contemplar” en parte de quienes entran a un museo en su recorrido turístico por una ciudad nueva. Llegadas a un museo como también a las razones que sostienen el voto, la impaciencia y la fugacidad reinan también en las redes sociales junto a la banalidad. 

Como los propios cuadros que alberga, un museo difícilmente puede defenderse de ello dado que no hay ninguno que se haya resistido a las redes sociales para intentar llegar a públicos nuevos, y de paso, para tratar de comunicar como novedad lo que, por su propia naturaleza, son restos cualificados de otras eras. 

Acorde a ese laberinto de valores y mercantilización forzosa, cuando una web pornográfica idea exponer, unificados, los desnudos que contienen seis de las principales pinacotecas del mundo, la reacción de alguna de ellas –“es una iniciativa de marketing, una manera de que se hable de ellos”- que trata de evitar que “se aprovechen de lo que es patrimonio de todos”, no deja de sonar a que el arte solo sea aceptable como material de consumo si su explotación comercial es la pactada, o más sutilmente, si su existencia en manos mediocres queda del lado adecuado de la banalidad. 

Por lo demás, todo esto es probablemente poco más que una estratagema publicitaria sin nadie mirando, dado que se antoja muy improbable que uno solo de los 130 millones de personas que entran a diario en las webs de ese emporio pornográfico lo haga para mirar un cuadro, cuyo erotismo, llegado del siglo XVII o XVIII, ha de atraer a alguien en ese entorno exactamente lo mismo -nada- que quienes recorren los pasillos de un museo en busca de un selfie apresurado.

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